Tú, que me miras a mí
tan triste, mortal y feo,
mira, talegón, por ti
que como te ves me vi
y veráste cual me veo.
Francisco de Quevedo
La
juventud confrontada a la vejez ha sido un tema recurrente a lo largo de la
historia del arte, la filosofía, la cultura, como no podía ser de otra manera,
porque es una cuestión consustancial al ser humano; sin embargo, algunos
períodos de tiempo son más sensibles a este asunto, por ejemplo, aquellos en los
que se presenta una gran crisis
existencial, la cual lleva a que se disipen las certezas adquiridas por
el hombre, se pongan en entredicho sus creencias y éste pierda la confianza en
sí mismo; esto ocurre en el Barroco, y, a partir de ahí, a pesar de las
fluctuaciones de ideas de una época a otra, persiste, con diferente intensidad,
la preocupación del individuo por su
condición efímera y la reflexión se sigue orientando hacia la fugacidad, la
fragilidad, la inestabilidad de la vida humana, poniendo el acento en la
oposición entre estas dos edades: por una parte, la juventud con su belleza,
vigor, energía, y, por otra, su antítesis: la vejez. En esta línea, tratada por
un sinfín de autores, se encuentra la
novela de Bioy Casares Diario de la
guerra del cerdo (inspirada en guerrillas juveniles de su tierra natal en
los años 60, entre otras situaciones), donde, con un tono sumamente pesimista y
a veces paródico, aborda esta problemática a la
manera de una pugna iniciada por los jóvenes, quienes pretenden eliminar a los
viejos dándoles muerte, ya que consideran su vida banal e inservible; esto crea
una situación de miedo entre los mayores que les impide hacer una vida normal, no
pueden salir tranquilamente de sus casas debido al temor de ser atacados por el
mero hecho de tener una edad avanzada. Por su parte, los viejos critican en los
jóvenes su falta de sensibilidad, de juicio, de criterio; ambos llaman cerdo a
su oponente en edad, denigrando y envileciendo el momento de la vida por el que
el otro está pasando. Pero resulta que los protagonistas (los viejos) y los antagonistas
(los jóvenes) son las dos caras de un mismo ser: “…hay un hecho irrefutable: la
identificación de los jóvenes con los viejos” (p. 117). Unos se miran en los
otros: los jóvenes odian en los viejos lo que ellos mismos serán y sufren
anticipadamente esa suerte que les espera; así, matar a un viejo es como un
suicidio. El planteamiento de esta narración no se refiere a la muerte del
mayor como una posibilidad para que el joven alcance su emancipación, su madurez, su autonomía para desarrollar sus
propias posibilidades o para ocupar los puestos que los viejos dejen vacantes; el
matar al viejo está ligado únicamente a
que en él se representa el inexorable paso del tiempo, es la visión de la
decrepitud, inherente a la propia vida del joven y no gusta, por eso quieren aniquilarla. En
cuanto a los mayores, añoran la juventud y conquistan mujeres jóvenes para sentirse
todavía capaces de despertar interés en
ellas y poder mantener de esta manera un sentimiento jovial, no obstante estas conquistas
no son sólidas, por eso la relación de Isidoro, personaje central de la novela,
con Nélida, no prospera. Arrinconado por su hijo Isidorito, entregado a sus
recuerdos y cuya única diversión es jugar al truco con sus amigos, él decide, en
parte presionado por el entorno, que ya no es tiempo para hacer planes, pues, a
decir de él mismo, es “…un animal moribundo…” (p. 119). Y tal vez sólo haya visto
su relación con esta persona como el reflejo de una experiencia anterior con
otra mujer, cuyo nombre era casualmente
el mismo y que le fue mucho más gratificante.
Al final, no puede compaginar su ilusión por la actual Nélida con la pérdida de la juventud y decide
no seguir adelante.
Aunque al final la guerra se termina, la
derrota sufrida no es sólo por la muerte de unos cuantos viejos y un joven
(Isidorito). La gran derrota se manifiesta en todas las acciones de la obra,
ligadas a la visión de la vida que tienen los personajes, quienes están
imposibilitados para realizarse como personas. Los jóvenes, envenenados por un
futuro aún no llegado, dirigen sus energías a poner fin, a denigrar a los
viejos, en vez de aprender de ellos; además, si quieren seguir vivos envejecerán,
como dice García Márquez en Memoria de mis putas tristes: llegar a los 90
años “…son riesgos de estar vivo…”. Los viejos, por su lado (en particular
Isidoro), están vencidos, desesperanzados y en lugar de aceptar el reto de nuevas vivencias, dan su vida por acabada
antes de que llegue la muerte.
Adolfo Bioy
Casares
Diario de la guerra del cerdo
Barcelona, Altaya, 1999