13 de noviembre de 2014

Diario de la guerra del cerdo




Tú, que me miras a mí
tan triste, mortal y feo,
mira, talegón, por ti
que como te ves me vi
y veráste cual me veo.

Francisco de Quevedo

  La juventud confrontada a la vejez ha sido un tema recurrente a lo largo de la historia del arte, la filosofía, la cultura, como no podía ser de otra manera, porque es una cuestión consustancial al ser humano; sin embargo, algunos períodos de tiempo son más sensibles a este asunto, por ejemplo, aquellos en los que se presenta una gran crisis  existencial, la cual lleva a que se disipen las certezas adquiridas por el hombre, se pongan en entredicho sus creencias y éste pierda la confianza en sí mismo; esto ocurre en el Barroco, y, a partir de ahí, a pesar de las fluctuaciones de ideas de una época a otra, persiste, con diferente intensidad, la preocupación  del individuo por su condición efímera y la reflexión se sigue orientando hacia la fugacidad, la fragilidad, la inestabilidad de la vida humana, poniendo el acento en la oposición entre estas dos edades: por una parte, la juventud con su belleza, vigor, energía, y, por otra, su antítesis: la vejez. En esta línea, tratada por un sinfín de autores, se encuentra la novela de Bioy Casares Diario de la guerra del cerdo (inspirada en guerrillas juveniles de su tierra natal en los años 60, entre otras situaciones), donde, con un tono sumamente pesimista y a veces paródico, aborda esta problemática a la manera de una pugna iniciada por los jóvenes, quienes pretenden eliminar a los viejos dándoles muerte, ya que consideran su vida banal e inservible; esto crea una situación de miedo entre los mayores que les impide hacer una vida normal, no pueden salir tranquilamente de sus casas debido al temor de ser atacados por el mero hecho de tener una edad avanzada. Por su parte, los viejos critican en los jóvenes su falta de sensibilidad, de juicio, de criterio; ambos llaman cerdo a su oponente en edad, denigrando y envileciendo el momento de la vida por el que el otro está pasando. Pero resulta que los protagonistas (los viejos) y los antagonistas (los jóvenes) son las dos caras de un mismo ser: “…hay un hecho irrefutable: la identificación de los jóvenes con los viejos” (p. 117). Unos se miran en los otros: los jóvenes odian en los viejos lo que ellos mismos serán y sufren anticipadamente esa suerte que les espera; así, matar a un viejo es como un suicidio. El planteamiento de esta narración no se refiere a la muerte del mayor como una posibilidad para que el joven alcance su emancipación,  su madurez, su autonomía para desarrollar sus propias posibilidades o para ocupar los puestos que los viejos dejen vacantes; el matar al viejo está ligado  únicamente a que en él se representa el inexorable paso del tiempo, es la visión de la decrepitud, inherente a la propia vida del joven y no gusta, por eso quieren aniquilarla. En cuanto a los mayores, añoran la juventud y conquistan mujeres jóvenes para sentirse todavía  capaces de despertar interés en ellas y poder  mantener de esta manera  un sentimiento jovial, no obstante estas conquistas no son sólidas, por eso la relación de Isidoro, personaje central de la novela, con Nélida, no prospera. Arrinconado por su hijo Isidorito, entregado a sus recuerdos y cuya única diversión es jugar al truco con sus amigos, él decide, en parte presionado por el entorno, que ya no es tiempo para hacer planes, pues, a decir de él mismo, es “…un animal moribundo…” (p. 119). Y tal vez sólo haya visto su relación con esta persona como el reflejo de una experiencia anterior con otra mujer, cuyo  nombre era casualmente el mismo y que le fue mucho más gratificante.  Al final, no puede compaginar su ilusión por la actual  Nélida con la pérdida de la juventud y decide no seguir adelante.


  Aunque al final la guerra se termina, la derrota sufrida no es sólo por la muerte de unos cuantos viejos y un joven (Isidorito). La gran derrota se manifiesta en todas las acciones de la obra, ligadas a la visión de la vida que tienen los personajes, quienes están imposibilitados para realizarse como personas. Los jóvenes, envenenados por un futuro aún no llegado, dirigen sus energías a poner fin, a denigrar a los viejos, en vez de aprender de ellos; además, si quieren seguir vivos envejecerán, como dice García Márquez en Memoria de mis putas tristes: llegar a los 90 años “…son riesgos de estar vivo…”. Los viejos, por su lado (en particular Isidoro), están vencidos, desesperanzados y en lugar de aceptar el reto  de nuevas vivencias, dan su vida por acabada antes de que llegue la muerte.

Adolfo Bioy Casares
Diario de la guerra del cerdo
Barcelona, Altaya, 1999


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