Pobre Pantaleón.
Panta. Pantita. A quién se le ocurre ser competente en su trabajo. Acata
órdenes, guarda secretos, se entrega en cuerpo y alma Pantaleón Pantoja,
capitán del ilustre Ejército peruano.
Algo tiene este
personaje de su autor, los dos tan metódicos y perfeccionistas. Uno organiza un
eficaz y disparatado servicio de
visitadoras. El otro construye un mecanismo igual de perfecto y desmesurado:
una novela casi sin narrador, diez capítulos compuestos por informes del
ejército, cartas, noticias de prensa y radio, sueños y pesadillas del
protagonista. Y esos diálogos-apuntes-narraciones certeras, mezcla de
fragmentos de conversaciones que son un ejemplo magistral de síntesis y habilidad
discursiva:
“-Qué buen mozo te
ves de capitán hijito- dispone la mermelada, el pan y la leche sobre la mesa la
señora Leonor”.
Mario Vargas Llosa
cambia de voz como un ventrílocuo, y todas las conoce y las domina: la del
periodismo amarillo, la de la burocracia, la epistolar, la del locutor
incendiario… Así se confiesa en un prólogo que añadió a la novela en 1999:
“La historia está
basada en un hecho real –un “servicio de visitadoras” organizado por el
Ejército peruano para desahogar las ansias sexuales de las guarniciones
amazónicas-, que conocí de cerca en dos viajes a la Amazonía –en 1958 y 1962-,
magnificado y distorsionado hasta convertirse en una farsa truculenta. Por
increíble que parezca, pervertido como yo estaba por la teoría del compromiso
en su versión sartreana, intenté al principio contar esta historia en serio.
Descubrí que era imposible, que ella exigía la burla y la carcajada. Fue una
experiencia liberadora, que me reveló -¡sólo entonces!- las posibilidades del
juego y el humor en la literatura.
(…)
Algunos años
después de publicado el libro –con un éxito de público que no tuve antes ni he
vuelto a tener- recibí una llamada misteriosa, en Lima: “Yo soy el capitán
Pantaleón Pantoja”, me dijo la enérgica voz. “Veámonos para que me explique
cómo conoció mi historia”. Me negué a verlo, fiel a mi creencia de que los
personajes de la ficción no deben entrometerse en la vida real”.
Pobre Pantita. “Si
al menos hubiera organizado la cosa de una manera mediocre, defectuosa. Pero
ese idiota ha convertido el Servicio de Visitadoras en el organismo más
eficiente de las Fuerzas Armadas”.
Mario Vargas Llosa
Pantaleón y las visitadoras
Madrid, Alfaguara, 2004