18 de abril de 2015

Vivir para contarla de Gabriel García Márquez

“Ni mi madre ni yo,
por supuesto,
hubiéramos podido imaginar siquiera
que aquel cándido paseo de sólo dos días iba a ser tan determinante para mí,
que la más larga y diligente de las vidas
no me alcanzaría para acabar de contarlo”.

Un libro que es a la vez un principio y un final. Aquí está el germen del gran escritor, las primeras miradas sobre sus textos, la explicación que no necesitábamos, pero gracias infinitas. La última pieza del puzle ha sido colocada.
Vivir para contarla es historia de Colombia, política y literaria, historia de una familia (esa palabra en García Márquez…), pero sobre todo historia de unas novelas y unos cuentos que la convierten en biografía compartida. Porque cuando reconocemos el taller de platería donde se fabricaban pescaditos de oro, el anciano esperando su pensión de veterano, la niña que se alimentaba con “la tierra húmeda del jardín y las tortas de cal que arrancaba de las paredes con las uñas”, nos reconocemos y nos entendemos. Gabriel García Márquez ya es de todos y por eso su biografía es obligatoria.
Aquí están “La siesta del martes”, el soberbio final de El coronel no tiene quien le escriba (con un guiño a Santa Rita de Casia), el primer cartel que ponía Macondo, los pasquines de Sucre, el verdadero Santiago Nasar. Aquí está sobre todo la mirada especial de genio, que pronto descubrió “que uno de los secretos más útiles para escribir es aprender a leer los jeroglíficos de la realidad sin tocar una puerta para preguntar nada”. Los pasos que da el escritor, de la anécdota de un crimen a la tragedia de la responsabilidad colectiva, del Caribe a la universalidad del mito, son esclarecedores.
No defrauda esta biografía porque en ella está el Gabriel García Márquez más genuino, manejando el tiempo a su antojo, aunque aparentemente sea más lineal que nunca. No faltan sus recopilaciones evocadoras:
“arrastré la maleta por un matorral tapizado de cangrejos vivos cuyas cáscaras traqueteaban como petardos bajo las suelas de los zapatos. Fue imposible no acordarme entonces del petate que mis compañeros tiraron al río Magdalena en mi primer viaje, o del baúl funerario que arrastré por medio país llorando de rabia en mis primeros años del liceo y que boté por fin en un precipicio de los Andes en honor de mi grado de bachiller. Siempre me pareció que había algo de un destino ajeno en aquellas sobrecargas inmerecidas”.
Ni esas frases perfectas que cuando parecen haber acabado todavía reservan una sorpresa:
[la estatua del]“general Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, mi héroe desde que me lo ordenó mi abuelo, con su radiante uniforme de gala y su cabeza de emperador romano, cagado por las golondrinas”.
Un gran título. Un gran principio. Un gran final. Todas las ciudades: Aracataca, Barranquilla, Sucre, Bogotá, Cartagena de Indias. Personajes inolvidables:
“los nombres de la familia me llamaban la atención porque me parecían únicos. Primero los de la línea materna: Tranquilina, Wenefrida, Francisca Simodosea. Más tarde, el de mi abuela paterna: Argemira, y los de sus padres: Lozana y Aminadab. Tal vez de allí me viene la creencia de que los personajes de mis novelas no caminan con sus propios pies mientras no tengan un nombre que se identifique con su modo de ser”.
La generosidad de García Márquez es excepcional. Nos permite acompañarle en el proceso de búsqueda de su propia voz, “la tozudez de aprender a escribir” de aquel que ya sabía contar, el niño que inventaba “técnicas de narrador en ciernes para hacer la realidad más divertida y comprensible”.
Ese proceso pasa por el periodismo, cuando el periodismo, a pesar de las mentiras, era más real, y se podía publicar un reportaje sobre la Oficina de Rezagos del Correo Nacional y las noticias se escribían en una pizarra para que la gente decidiera si las aplaudía o las apedreaba y bastaba decir que eras escritor y hablar de tus obras futuras, inventando el género de la “ficción de la ficción”.  
No me extraña que le copien, que de repente todos quieran ser escritores tras la estela del colombiano. Quién no sueña con formar un grupo como el de Barranquilla y hablar sobre literatura en bares de mala muerte.  


Gabriel García Márquez
Vivir para contarla
Barcelona, Mondadori, 2002

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