9 de mayo de 2014

Juan Carlos Onetti: El astillero




Es un placer leer a Onetti aunque sus obras sean tremendamente grises, aunque sus personajes no tengan salida y aunque la muerte esté merodeando en cada página.
Lo consigue con un estilo conciso, sutil y poético hasta el extremo, con ejemplos magistrales de sinestesias: “Olió la humedad y el frío, se detuvo a compararlos con la blancura del vestido”, “Atravesó los saludos para acariciar los hocicos de los perros”,…
Los personajes de Onetti están solos. La única comunicación posible es más desgarradora todavía que la soledad:
“Estoy contento porque hace un rato sentí la desgracia, y era como si fuese mía, como si sólo a mí me hubiera tocado y como si la llevara dentro y quién sabe hasta cuándo. Ahora la veo afuera, ocupando a otros; entonces todo se hace más fácil. Una cosa es la enfermedad y otra la peste”.
Peor aún, están muertos, más muertos que los muertos de Rulfo. Solo esperan que su muerte pase de suceso privado a público.
Mientras tanto, Santa María es la más real de las ciudades inventadas, con su lluvia omnipresente y sus habitantes-actores-jugadores, conscientes de su papel y de las escenas en las que les toca intervenir.
Nadie se salva, no hay un resquicio de luz ni de primavera ni de esperanza. Onetti puede permitirse el lujo de transmitirnos su visión del mundo entreteniéndose en una trama leve y construyendo un símbolo poderoso: el astillero. 

Juan Carlos Onetti
El astillero
Barcelona, Seix Barral, 2009
Colección Booket

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