29 de mayo de 2014

Ricardo Piglia: Plata quemada




Me encanta la literalidad de este título, que no me esperaba a pesar de su obviedad.
Me encanta la cita de Brecht que encabeza el libro.
Me encanta que Piglia nos líe con los nombres, los sobrenombres y los apodos de sus héroes.
Me encantan esos personajes que tienen dos líneas en la novela, pero tremendas, como el tesorero, al que “le quedaban dos horas de vida” y sueña con robar el dinero que le entregan todos los meses.
Me encanta Malito leyendo la sección policial de los diarios, porque se suma a la lista de tantos otros personajes célebres que hacen poesía de la sección policial de los diarios y de las barbaridades de las pintadas de los baños públicos. Dos clásicos.
Me encanta la progresión hacia el clímax: “Es a partir de acá que empezaría a ‘cocinarse’ el formidable asedio que se conozca en los anales de la policía en el Río de la Plata”.
La ironía: “Así epiloga un suceso inaudito en el que personas aparentemente honestas alquilaron asesinos a sueldo para cometer un hecho vandálico”.
Y que los ladrones puedan seguir su propia muerte televisada.
Me pregunto hacia quién va la simpatía del lector en esta novela. Las opciones que nos presenta Piglia son terribles:
Los ladrones, asesinos, locos, drogadictos, héroes al fin y al cabo.
La policía, desdibujada, corrupta, poco eficaz.
Los periodistas, “hijos de mamá, aspirantes a héroes, pedantes”.
Los testigos morbosos, que se escandalizan cuando ven la plata quemada y no cuando asisten a la agonía de los heridos.
¿Somos como Roque Pérez, fascinados y avergonzados de presenciar semejante acto de violencia?
Los personajes de Piglia “están muertos” y “sólo quieren saber a cuántos pueden llevarse con ellos”. También Larsen lo estaba, esperando que ese suceso privado pasase a ser público. 


Ricardo Piglia
Plata Quemada
Barcelona, Anagrama, 2000

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