Neruda
y su fama consiguen hasta cambiarle el título a los libros, pero hay otro
protagonista en esta novela: la metáfora (que no la poesía).
La
metáfora está en todas partes, la rutina se la ha tragado. Aunque la madre de
Beatriz quiera contraatacarla con su versión más prosaica, los refranes, ambos
juegos del lenguaje no dejan de ser las dos caras de una misma moneda. El mundo
se explica, se representa y se disfruta a través de una gran metáfora gracias a
la cual el cartero y el poeta están del mismo lado, compartiendo mirada.
No hay
calificativo más vago y vacuo que el de “bonito” para un libro, pero es que
esta novela es BONITA. La belleza está en los lugares más insospechados: en una
grabadora, en una bicicleta y en la trivial descripción de Beatriz, genial
presentación de personaje a la vez que declaración de amor inmensa: “jugando
con los oxidados muñecos azules se encontraba la muchacha más hermosa que
recordara haber visto, incluidas actrices, acomodadoras de cine, peluqueras,
colegiales, turistas y vendedoras de discos”.
Escrito
con total coherencia, el libro es un manifiesto vital y literario que nos recuerda
la ubicuidad de la poesía. Por algo ha triunfado tanto su reivindicación: “¡La poesía
no es de quien la escribe, sino de quien la usa!”.
Mario Jiménez
es el lector que cualquier Neruda y cualquier poeta esperan tener, mareándose
con sus versos sobre el mar (a la altura de Antonio José Bolívar Proaño, el viejo que leía novelas de amor).
No sé
qué tienen las cartas y los carteros que son tan evocadores y han inspirado
tantas ficciones… Desde Mario, el cartero con un solo cliente, a Theodore Twombly, el personaje que
interpreta Joaquin
Phoenix en la película Her,
cuyo trabajo es dictar cartas conmovedoras a un ordenador, cartas de otros y
para otros que una máquina convierte en manuscritos...
Antonio Skármeta
El cartero de Neruda
Barcelona, Plaza & Janés, 1996
Antonio Skármeta
El cartero de Neruda
Barcelona, Plaza & Janés, 1996