En Diario de la guerra del cerdo un
personaje de Bioy se quejaba:
“-Hay
que oponerse al cambio de nombres. Cada veinte años cambian las casas, cambian
los nombres de las calles…
-Cambia
la gente (…)
-No hay
razón para considerar que es la misma ciudad”.
En Aura también cambian las calles, y disparatadamente,
los números:
“Caminas con lentitud, tratando de distinguir el número
815 en este conglomerado de viejos palacios coloniales convertidos en talleres
de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y expendios de aguas frescas. Las
nomenclaturas han sido revisadas, superpuestas, confundidas. El 13 junto al
200, el antiguo azulejo numerado «47» encima de la nueva advertencia pintada
con tiza: ahora 924 (…) bajas la mirada al zaguán despintado y descubres 815,
antes 69”.
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