“Últimamente he caído en la mala costumbre de preguntarme
si lo que me sucede no estará sucediéndome por última vez”
En los buenos libros sobran las
sinopsis en las tapas. La de esta novela comete el error imperdonable de
adelantarse y desvelar una trama que Bioy había tenido mucho cuidado en tejer.
Leer ese resumen nos priva de disfrutar enteramente de la levedad del autor
para envolvernos en una guerra diluida, nebulosa, absurda, increíble.
A este libro hay que entrar a
ciegas.
Imposible no hablar (otra vez) de
la elegancia de Bioy. Elegancia en su prosa, en la presentación de personajes y
ambientes, en la sutil ironía, en los destellos poéticos y en ese final de
tango.
Diario de la guerra del cerdo es una pequeña joya, un genial
hallazgo y una sorpresa. Falso diario que va mucho más allá de ese Isidoro
Vidal sin ninguna pretensión de narrador, otro cobarde en una novela de
cobardes alimentados por un “odio bastante asustado”.
La guerra que inician los jóvenes
es feroz, cargada de simbolismo; el conflicto es universal y Bioy entra en él
con absoluta genialidad, pero no se conforma. También plantea reflexiones sobre
el mal banal que se vuelve cotidiano, la impunidad, la soledad, el absurdo de
la violencia… Y es que los jóvenes saben que “matar a un viejo equivale a
suicidarse”.
Lo mejor, dejar hablar a Bioy y a
sus personajes, aunque “Hablando nadie se entiende. Nos entendemos a favor o en
contra, como manadas de perros que atacan o repelen un circunstancial enemigo”.
La animalización del ser humano es una de las claves de la
novela. “Descubrir tanto odio, en mis propios compatriotas, les juro, me
entristece (…). Ya no hay lugar para individuos (…). Sólo hay muchos animales,
que nacen, se reproducen y mueren. La conciencia es la característica de
algunos, como de otros las alas o los cuernos”.
En esta guerra, Bioy nos concede pequeñas treguas en los
momentos más brutales. Como esa escena del velorio, en la que “Toda persona que
llega renueva la tristeza. Lo he comprobado. Los que ya están en el velorio
aceptan la ley de las cosas: la vida sigue, no hay más remedio que distraerse,
pero los recién venidos ponen en evidencia al muerto”.
O esos personajes que con un par de líneas consiguen un
protagonismo inusitado, como aquel “mentecato” que es las paredes del
prostíbulo escribe, “invariablemente”, “Angélica, siempre te busco”.
O la vieja de los gatos.
“-La vieja de los gatos-
asintió Rey-¿Qué podías echarle en cara? Una extravagancia, alimentar gatos.
Pues nada, ayer en la esquina de su casa, una cáfila de muchachuelos la mató a
golpes, a vista y paciencia de los transeúntes.
-Y de los gatos- agregó Jimi, que no toleraba por mucho
tiempo las tristezas”.
En la guerra del cerdo, todos pierden.
Ya lo decía el tango:
Me encuentro sin chance en
esta jugada...
La muerte sin grupo ha entrado a tallar...
La muerte sin grupo ha entrado a tallar...
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