25 de febrero de 2015

Aura de Carlos Fuentes


Poco tiene que ver Aura con las novelas de su autor, tan totales, densas y mexicanas.
Aura es puro cuento: pura estructura, puro ambiente, pura flecha (como las de Horacio Quiroga), directa al lector.
“Lees ese anuncio”. Carlos Fuentes elige la segunda persona para enganchar con la primera palabra. “Parece dirigido a ti, a nadie más”. A ti Felipe Montero y a ti lector.
Leerás Aura y con su protagonista te irás adentrando en una casa oscura, húmeda, frondosa, intensa, en el centro de México y en el centro del tiempo. Leerás cada página con los cinco sentidos, porque  “sientes un frío húmedo”, bebes un “vino particularmente espeso”, “sigues el susurro de una falda” y es “esa voz aguda y cascada” la que te advierte aunque todavía no la conozcas, “esa voz”, porque hasta los demostrativos hay que aplaudirle a Fuentes.
Te imaginarás tu nombre en el anuncio del periódico y te reflejarás en un espejo, y así, en este juego de posiciones y miradas, te mostrarás, porque Fuentes no nos permite mirar de frente a sus personajes sin vernos a nosotros mismos.
Te debatirás entre el sueño y la pesadilla, te asquearán las ratas y los gatos, jugarás con baúles secretos y llaves mohosas. Te plantearás la locura. Te confundirán los candelabros y te creerás en un cuento gótico.
Participarás en un sacrificio voluptuoso con la guía de unos ojos verdes, entre sábanas que no cubren el cuerpo sino que lo “velan”, el mismo “cuerpo que –solo- creerás haber poseído” y que te toca con esos “dedos sin temperatura”.
Reescribirás las memorias del general Llorente, asistirás a las paulatinas revelaciones: una escena macabra coreografiada, unas fotografías (cómo no). Te encontrarás frente a frente con el horror.
Y entonces el autor nos regalará su particular definición de lo fantástico: “invadido por un placer que jamás has conocido, que sabías parte de ti, pero que sólo ahora experimentas plenamente, liberándolo, arrojándolo fuera, porque sabes que esta vez encontrarás respuesta”.
Leerás de nuevo, y en esa segunda lectura disfrutarás con las pistas, ya que  “siempre has creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie”, por eso tomas precauciones y “antes de entrar miras por última vez sobre tu hombro (…) Tratas, inútilmente, de retener una sola imagen de ese mundo exterior indiferenciado”.
Entre el “Lees ese anuncio” y el “tú has regresado también”, la totalidad: la casa viva, cárcel podrida y sofocante, presencias y dobles, fantasmas, mentiras y secretos, juventud y belleza ansiadas y compradas, ángeles y demonios como caras de la misma moneda, lecturas y reescrituras, pasados y presentes sin futuro, muerte por todas partes, dobles y reflejos, espejos y laberintos, ritos y representaciones,  y sobre todo, el tiempo detenido. “Cuando el vaho opaque otra vez el rostro, estarás repitiendo ese nombre, Aura”.

Está escrito. 


Carlos Fuentes
Aura
Madrid, Alianza, 1994




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