Poco
tiene que ver Aura con las novelas de
su autor, tan totales, densas y mexicanas.
Aura es puro cuento: pura estructura, puro
ambiente, pura flecha (como las de Horacio Quiroga), directa al lector.
“Lees
ese anuncio”. Carlos Fuentes elige la segunda persona para enganchar con la
primera palabra. “Parece dirigido a ti, a nadie más”. A ti Felipe Montero y a
ti lector.
Leerás Aura y con su protagonista te irás
adentrando en una casa oscura, húmeda, frondosa, intensa, en el centro de
México y en el centro del tiempo. Leerás cada página con los cinco sentidos, porque
“sientes un frío húmedo”, bebes un “vino
particularmente espeso”, “sigues el susurro de una falda” y es “esa voz aguda y
cascada” la que te advierte aunque todavía no la conozcas, “esa voz”, porque
hasta los demostrativos hay que aplaudirle a Fuentes.
Te
imaginarás tu nombre en el anuncio del periódico y te reflejarás en un espejo,
y así, en este juego de posiciones y miradas, te mostrarás, porque Fuentes no
nos permite mirar de frente a sus personajes sin vernos a nosotros mismos.
Te
debatirás entre el sueño y la pesadilla, te asquearán las ratas y los gatos,
jugarás con baúles secretos y llaves mohosas. Te plantearás la locura. Te
confundirán los candelabros y te creerás en un cuento gótico.
Participarás
en un sacrificio voluptuoso con la guía de unos ojos verdes, entre sábanas que
no cubren el cuerpo sino que lo “velan”, el mismo “cuerpo que –solo- creerás
haber poseído” y que te toca con esos “dedos sin temperatura”.
Reescribirás
las memorias del general Llorente, asistirás a las paulatinas revelaciones: una
escena macabra coreografiada, unas fotografías (cómo no). Te encontrarás frente
a frente con el horror.
Y
entonces el autor nos regalará su particular definición de lo fantástico: “invadido
por un placer que jamás has conocido, que sabías parte de ti, pero que sólo
ahora experimentas plenamente, liberándolo, arrojándolo fuera, porque sabes que
esta vez encontrarás respuesta”.
Leerás
de nuevo, y en esa segunda lectura disfrutarás con las pistas, ya que “siempre has creído que en el viejo centro de
la ciudad no vive nadie”, por eso tomas precauciones y “antes de entrar miras
por última vez sobre tu hombro (…) Tratas, inútilmente, de retener una sola
imagen de ese mundo exterior indiferenciado”.
Entre
el “Lees ese anuncio” y el “tú has regresado también”, la totalidad: la casa viva,
cárcel podrida y sofocante, presencias y dobles, fantasmas, mentiras y
secretos, juventud y belleza ansiadas y compradas, ángeles y demonios como
caras de la misma moneda, lecturas y reescrituras, pasados y presentes sin
futuro, muerte por todas partes, dobles y reflejos, espejos y laberintos, ritos
y representaciones, y sobre todo, el
tiempo detenido. “Cuando el vaho opaque otra vez el rostro, estarás repitiendo
ese nombre, Aura”.
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