“Nueva York no tiene una tradición, no tiene una historia; no puede haber historia donde no existen recuerdos a los cuales aferrarse, porque la misma ciudad está en constante cambio, en constante construcción y derrumbe, para levantar nuevos edificios; donde ayer había un supermercado, hoy hay una tienda de verduras y mañana habrá un cine; luego se convierte en un banco. La ciudad es una enorme fábrica desalmada sin lugar para acoger al transeúnte que quiera descansar; sin sitios donde uno pueda, simplemente, estar sin pagar a precio de dólar la bocanada de aire que se respira o la silla en que nos sentamos a tomarnos un descanso”.
Reinaldo Arenas, Antes que anochezca
“Una masa de humanidad echándose sobre él desde todas
direcciones. Músicos andinos tocando la flauta y el tambor en Union Square.
Bomberos solemnes saludando con la cabeza a la multitud congregada ante un
santuario dedicado al 11-S frente a un cuartel de bomberos. Un par de mujeres
con abrigos de piel apropiándose descaradamente de un taxi que Casey había
parado delante de Bloomingdale's. Lolitas de secundaria, con vaqueros bajo las
minifaldas, repantigadas en el metro con las piernas abiertas. Chavales negros
con trenzas africanas y enormes y amenazadoras parkas, soldados de la Guardia
Nacional con armas de última generación. Y la abuela china pregonando DVD de
películas que ni siquiera se habían estrenado, el bailarín de breakdance que se
desgarró un músculo o un tendón y se sentó en el suelo meciéndose de dolor en
un vagón de metro de la línea 6, el saxofonista insistente al que Joey dio
cinco dólares para que pudiera trasladarse hasta el local donde tenía un bolo,
pese a advertirle Casey que era un timo: cada encuentro era como un poema que memorizaba al instante. Los
padres de Casey vivían en un apartamento con un ascensor cuyas puertas daban
directamente a la vivienda, elemento imprescindible, decidió Joey, si alguna
vez triunfaba en Nueva York”.
Jonathan Franzen, Libertad
"Nueva York empezó a gustarme por su chispeante y aventurera sensación nocturna, y por la satisfacción que presta a la mirada humana su constante revoloteo de hombres, mujeres y máquinas. Gustaba de pasear por la Quinta Avenida y elegir románticas mujeres de entre la multitud; imaginar que dentro de breves minutos, irrumpiría en su vida sin que nadie lo supiera ni lo desaprobara. A veces las seguía, con el pensamiento, a sus pisos situados en las esquinas de las ocultas callejas, desde donde se volvían, sonriéndome, antes de desaparecer en la cálida oscuridad. En el encantador crepúsculo metropolitano, sentía a veces una obsesionante soledad, y la sentía también en otros pobres empleadillos que pasaban el rato frente a los escaparates, esperando la hora de una solitaria cena en un restaurante; empleadillos ociosos en el crepúsculo, que desperdiciaban los más conmovedores instantes de la noche y de la vida".