22 de marzo de 2015

Ciudades: Nueva York


Nueva York no tiene una tradición, no tiene una historia; no puede haber historia donde no existen recuerdos a los cuales aferrarse, porque la misma ciudad está en constante cambio, en constante construcción y derrumbe, para levantar nuevos edificios; donde ayer había un supermercado, hoy hay una tienda de verduras y mañana habrá un cine; luego se convierte en un banco. La ciudad es una enorme fábrica desalmada sin lugar para acoger al transeúnte que quiera descansar; sin sitios donde uno pueda, simplemente, estar sin pagar a precio de dólar la bocanada de aire que se respira o la silla en que nos sentamos a tomarnos un descanso”.
Reinaldo Arenas, Antes que anochezca


“Una masa de humanidad echándose sobre él desde todas direcciones. Músicos andinos tocando la flauta y el tambor en Union Square. Bomberos solemnes saludando con la cabeza a la multitud congregada ante un santuario dedicado al 11-S frente a un cuartel de bomberos. Un par de mujeres con abrigos de piel apropiándose descaradamente de un taxi que Casey había parado delante de Bloomingdale's. Lolitas de secundaria, con vaqueros bajo las minifaldas, repantigadas en el metro con las piernas abiertas. Chavales negros con trenzas africanas y enormes y amenazadoras parkas, soldados de la Guardia Nacional con armas de última generación. Y la abuela china pregonando DVD de películas que ni siquiera se habían estrenado, el bailarín de breakdance que se desgarró un músculo o un tendón y se sentó en el suelo meciéndose de dolor en un vagón de metro de la línea 6, el saxofonista insistente al que Joey dio cinco dólares para que pudiera trasladarse hasta el local donde tenía un bolo, pese a advertirle Casey que era un timo: cada encuentro era como un poema que memorizaba al instante. Los padres de Casey vivían en un apartamento con un ascensor cuyas puertas daban directamente a la vivienda, elemento imprescindible, decidió Joey, si alguna vez triunfaba en Nueva York”.


Jonathan Franzen, Libertad


"Nueva York empezó a gustarme por su chispeante y aventurera sensación nocturna, y por la satisfacción que presta a la mirada humana su constante revoloteo de hombres, mujeres y máquinas. Gustaba de pasear por la Quinta Avenida y elegir románticas mujeres de entre la multitud; imaginar que dentro de breves minutos, irrumpiría en su vida sin que nadie lo supiera ni lo desaprobara. A veces las seguía, con el pensamiento, a sus pisos situados en las esquinas de las ocultas callejas, desde donde se volvían, sonriéndome, antes de desaparecer en la cálida oscuridad. En el encantador crepúsculo metropolitano, sentía a veces una obsesionante soledad, y la sentía también en otros pobres empleadillos que pasaban el rato frente a los escaparates, esperando la hora de una solitaria cena en un restaurante; empleadillos ociosos en el crepúsculo, que desperdiciaban los más conmovedores instantes de la noche y de la vida". 


20 de marzo de 2015

Coincidencias V

Maldiciones

“escribir no es una profesión, sino una especie de maldición”.
Reinaldo Arenas

"Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba".

Clarice Lispector 

19 de marzo de 2015

Antes que anochezca de Reinaldo Arenas


O cómo tener una vida apasionante y no saber contarla (siendo escritor).
Cómo escribir desde unas circunstancias atroces y no llegar a conmover al lector. Ni un poquito.
Cómo encontrar un título evocador, interesante. Y explicarlo. Y volverlo literal. Y decepcionar.
Antes que anochezca es la antiautobiografía.
Sin estructura, sin ritmo, sin coherencia, sin criterio.
Escrita rápido, y mal. Una simple sucesión de anécdotas, totalmente lineal, un corta y pega de momentos.
Los personajes tan pronto son principales como desaparecen. Los grandes reencuentros se omiten. Demasiado Coco Salá y muy poco Abreu.
No hay escenas memorables, a pesar de todo: del caso Padilla, de nadar en la oscuridad, de Guantánamo sembrado de minas, de una celda inmunda, de la embajada de Perú, de Puerto Mariel, de historia con mayúsculas y con minúsculas, de conventos saqueados a partir de un agujero, de hambre, de pobreza extrema, de discursos…
Reinaldo Arenas es encarcelado y su única posesión será un ejemplar de La Ilíada (anécdota desperdiciada).
Escribir es para él un consuelo: aun sabiendo que sus manuscritos van a perderse, nunca dejará de hacerlo (mal contado).
El mar es el gran símbolo, la infancia, el erotismo, la libertad y a la vez la prisión (no resuelto).
Etcétera.
Dice Reinaldo Arenas que “Cuba es un país que produce canallas, delincuentes, demagogos y cobardes en relación desproporcionada a su población”. También produce grandes escritores, y muchos de ellos están en este libro, en los dos bandos. Y escritores malos. Reinaldo Arenas habla de unos cuantos, poetas exaltados, hombres y mujeres a los que las circunstancias los colocan de lleno en la literatura. En la mala, pero esa que es un desahogo, un escape, y una maldición. Una literatura que es protesta, como la homosexualidad, como la belleza, como cualquier diferencia. “La belleza bajo un sistema dictatorial es siempre disidente, porque toda dictadura es de por sí (…) grotesca”.
Reinaldo Arenas fue y sigue siendo un producto comercial. Lo usaron las editoriales cuando estaba atrapado en un régimen que lo ahogaba. Paradójicamente, dejó de ser un héroe cuando alcanzó la “libertad”. Renació como producto cuando su vida se convirtió en película. Cuando le pedían que moderase su denuncia, siempre contestaba que lo suyo era un grito, y que nunca conseguirían aplacar ese clamor: “grito, luego existo”.
Démosle entonces el papel de gritador, porque el de escritor le queda grande.

Reinaldo Arenas
Antes que anochezca
Barcelona, Tusquets, 2002

PD: de autobiografías va la cosa, porque nuestra próxima lectura es Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez, según Arenas, ese “pastiche de Faulkner (...). Su obra, además de algunos méritos, está permeada por un populismo de baratija”.

Nos arriesgaremos.



13 de marzo de 2015

La amortajada de María Luisa Bombal

No podrás morir.
Debajo de la tierra,
No podrás morir.

Jaime Sabines 


La amortajada se fundamenta en tres premisas principales: la observación,  la evocación y la reflexión. Ana María (ya amortajada) relata, según van pasando ante su lecho de muerte, la historia que la unió a cada uno de sus allegados, es decir, ellos son el desencadenante de sus recuerdos, y de su posterior reflexión; una vez que mira a estos personajes se produce la asociación mental que facilita su memoria de lo ocurrido y su análisis, lo cual la ayudará, después de muerta, a reconciliarse con situaciones que la perturbaron.
Desde el inicio se manifiesta la intención de la protagonista de contemplar con detenimiento lo que ocurre a su alrededor:
“Y luego que hubo anochecido, se le entreabrieron los ojos… era como si quisiera mirar…”.
Su observación anunciada por esos ojos entreabiertos que desean mirar, es restringida en el tiempo, solamente abarca unas cuantas horas, que van de la noche del velatorio a la mañana de su entierro, donde también se da la reflexión (una vez que vuelve de la evocación). El ámbito de ésta –de la evocación- en cambio, no es limitado, se hunde en las profundidades de un tiempo inabarcable, inmutable, que es su vida pasada, con sus amores, desamores, insatisfacciones…, por lo tanto su narración adquiere forma episódica, no lineal, porque es recuerdo, no acontecer.

Así, contrariamente a lo que pudiera parecer a primera vista, la acción de la obra se concentra en la parte del relato que lo enmarca (no en la retrospección) o sea, cuando la amortajada está observando, reflexionando; en este momento hay en ella una percepción activa del mundo que la rodea, a pesar de la falta de movimiento que implica el hecho de estar muerta (“se ve inmóvil”, “permanece rígida”),  ella presenta un gran dinamismo interno: “la lluvia la mueve a entregarse a una sensación de bienestar”, “siente vibrar en su interior una nota sonora”, “ella veía y sentía”; sin embargo en la evocación no hay actividad, es el ámbito de la inmovilidad, no solamente por lo que ésta presupone:  hechos suspendidos en el tiempo, sino también por la actitud de los personajes, cuyas experiencias de vida no han servido para modificar su conducta. Ana María habla con frecuencia de su pasividad, de su sensación de estar petrificada, lo cual contrastaría con el hecho de estar viva, por eso se nos plantea la historia como una remembranza, no hay posibilidad de movimiento, de cambio y es solamente la muerte la que acaba dándole sentido a su vida, únicamente en ese momento decisivo es capaz de comprender las situaciones que estando viva, se le escapaban. De esta manera se desdibujan las fronteras entre muerte-vida; vida-muerte, porque la muerte es algo indisolublemente ligado a la existencia e igual que se puede estar muerto en vida, alguna forma de vida puede negar la muerte, la desaparición total, de ahí la sensación de la protagonista de hundir sus raíces en la tierra, ésta es su manera de permanecer, de trascender, no desde el punto de vista del cristianismo, porque, si bien la rodean de todos los símbolos de esta religión: cirios, crucifijo, sábanas bordadas, velones…, ella en ningún momento de su reflexión hace referencia a la salvación cristiana, al contrario, la pone en duda, le “dice” a su hermana Alicia: “Estoy aquí disgregándome bien apegada a la tierra y me pregunto si algún día veré la cara de tu Dios”. Lo que sí ve y siente es su comunión profunda con el cosmos.


12 de marzo de 2015

Gastronomía y literatura

Otra demostración de lo gastronómica que es la literatura


“Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la anterior. ¿Cómo saber entonces cuál debe ser la última? Es un secreto del oficio que no obedece a las leyes de la inteligencia sino a la magia de los instintos, como sabe la cocinera cuándo está la sopa”.

Gabriel García Márquez
Prólogo a Doce cuentos peregrinos

9 de marzo de 2015

María Luisa Bombal: La última niebla, La amortajada

Comparto la idea de Elena respecto a lo decimonónico de su autora, pero creo que cada autor es fruto de sus circunstancias y de la situación histórica en la que vivió. Y, así Luisa Bombal nació recién finalizado el siglo. Pero el pensamiento, las filosofías y los movimientos artísticos desarrollados durante esos años no finalizan bruscamente con el término de un año, década o siglo, sino que su ruptura se dispersa lentamente con el devenir de nuevos años y nuevas generaciones.
Luisa Bombal, tal vez heredera, aún, de ese romanticismo ya lánguido todavía sigue inmersa en ese modo de vida tan trascendental, en ese gusto por la muerte tan característico de los artistas del Romanticismo, en el que descubrían belleza, en ese aflorar tan intenso de los sentimientos a través de los que manifestaban el arte y gobernaban todas las acciones. Uno de ellos, la admiración por la naturaleza y por asirse a la Madre Tierra con entrenzadas raíces como el pelo de la mujer.  Un ensimismamiento  romántico que se prolonga más allá de la pintura de la época y cuyas reminiscencias Bombal manifiesta con un lenguaje rico, casi florido, que deleitan la lectura y amenizan lo que de otro modo podría llegar a ser tedioso por el lirismo del que habla Elena. 


Aunque tardía en la forma de manifestar su creatividad, no por ello me desmerece interés.

6 de marzo de 2015

María Luisa Bombal

Resumen de la reunión
“Ah, mi pobre Anita, tal vez sea ésta la vida de nosotros todos. ¡Ese eludir o perder nuestra verdadera vida encubriéndola tras una infinidad de pequeñeces con aspecto de cosas vitales!”
“La historia de María Griselda”

A favor
Gustó de María Luisa Bombal la creación de un mundo femenino compacto, de mujeres que cuentan su historia una y otra vez, y se asoman a una felicidad imposible, mirándola desde una tranquera en medio de la pampa. Son protagonistas que tienen un poco de las Berenices, Morellas y Ligeias de Poe y hunden sus raíces en la naturaleza.
Gustó la originalidad de “La amortajada”, su punto de vista, su logro de parar el tiempo para alcanzar a partir de ese instante congelado el tiempo ilimitado de la memoria (idea preciosa de nuestra compañera Josefina).

En contra
Sus (para mí) cuentos son demasiado oscuros, una oscuridad que no te motiva a buscar lo que hay detrás porque la mayoría de las veces, no hay nada. Lirismo excesivo a lo sumo.
Sus mujeres y sus gestos me resultan demasiado decimonónicos. Infantiles a veces, como Brígida y su árbol.
Sus gaviotas eclipsan hallazgos interesantes como esas “islas nuevas”, “humeantes aún del esfuerzo que debieron hacer para subir de quién sabe qué estratificaciones profundas”.
Con el permiso de Borges y el resto de sus fans (aquellos que inconsistentemente señalan “La amortajada” como un antecedente de Pedro Páramo, por ejemplo), el lugar privilegiado en la literatura hispanoamericana que asignan a Bombal lo voy a guardar para otro autor un poco menos sobrevalorado.


5 de marzo de 2015

Coincidencias IV

Poemas en los bolsillos 


Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.

Luis Cernuda


El 25 de agosto de 1987 Héctor Abad Gómez fue tiroteado en Medellín. Llevaba en el bolsillo un poema de Borges con un primer verso estremecedor: Ya somos el olvido que seremos.

El 22 de febrero de 1939 murió Antonio Machado. Su hermano encontró en un bolsillo de su abrigo, este último verso: “Estos días azules y este sol de mi infancia...”.
Poesía hallada en el bolsillo de un combatiente vietnamita muerto durante la guerra: “Ho Thien” – “El niño que no habló”.



El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince


El 25 de agosto de 1987 Héctor Abad Gómez fue tiroteado en Medellín. Llevaba en el bolsillo un poema de Borges con un primer verso estremecedor: “Ya somos el olvido que seremos”.
Su hijo Héctor Abad Faciolince siguió el rastro de los asesinos (y el rastro de ese poema). No se me ocurre un ejercicio más difícil. Sobre todo cuando el resultado trasciende la denuncia y el amor filial para acercarse a la literatura.
Para dar ese paso, lo particular se vuelve universal y detrás del hecho puntual hay una reflexión eterna. Junto al nombre de Borges, surge la otra clave del libro: Jorge Manrique. Estas nuevas coplas también se desdoblan: son homenaje, reflexión sobre la propia muerte y recuerdo de nuestro lugar en el mundo, entre la memoria y el olvido.
Aunque el autor no quería convertirlo en hagiografía, flaquea un poco en este punto y el protagonista tiene algo de Atticus Finch, de padre-héroe que todos los hijos desean.
Otras buenas ideas quizás no aparezcan resueltas a la perfección, pero están ahí. El narrador evoluciona desde un tono infantil y va creciendo con sus recuerdos. La muerte se congela y solo se nos muestra completa cuando ha sido contada por cada personaje.
Abad Gómez decía que la violencia es un nuevo tipo de peste, una epidemia. Él la combatió a su manera, y gracias a su hijo esa lucha será eterna desde la memoria y la palabra.
El verso de Borges es brutal. Certero. Más que los disparos. Estuvo desgraciadamente oportuno el argentino prestándoselo al doctor Abad.

*Héctor Abad Faciolince relata en el libro que asistió a las clases de José de la Colina, maestro del cuento cuyo texto “La culta dama” preside nuestro blog*

Héctor Abad Faciolince
El olvido que seremos
Barcelona, Seix Barral, 2006



Epitafio

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte, y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso, con esperanza, en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.

4 de marzo de 2015

Como agua para chocolate de Laura Esquivel


Alabo de este libro su coherencia y la acertada decisión (que fatalmente se convirtió en moda) de redescubrir lo literaria que es la gastronomía y lo gastronómica que se puede volver la literatura.
Entre los inevitables retazos de realismo mágico y una revolución mexicana que deja escapar a pocas novelas, la cocina es el centro de la trama y del mundo. Y su reina, Tita, una “diosa Ceres” con la sagrada misión de alimentar.
La cocina es comunicación y punto de unión de Tita con la realidad.
La cocina es su referente y su manera de explicar el mundo. Así, el amor es un buñuelo que entra en contacto con el aceite hirviendo.
La cocina es poesía, con versos sonoros y evocadores como “Mole de guajolote con almendra y ajonjolí” o “Frijoles gordos con chile a la Tezcuana”.
La cocina es tiempo, ordenando la vida en recetarios.  
La cocina es ciencia ancestral y mágica, que equipara la cocinera a la hechicera, el fogón al laboratorio. La “teoría de los cerillos” es uno de los pasajes de la novela que más ha trascendido:
“todos tenemos en nuestro interior los elementos necesarios para producir fósforo. Es más (…) si bien todos nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no los podemos encender solos (…) el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; (…) Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir”.
En cualquier caso, Tita es mejor cocinera que Laura Esquivel, que se quedó corta en la cocción de algunos personajes (ese Pedro tan tan crudo, esa Gertrudis que parece representar la libertad absoluta y que termina casada y vestida…). Todo lo contrario le pasó con el final de la novela, demasiado tiempo en el horno, tan cósmico, tan elaborado que es difícilmente digerible.
Sin embargo, nos ha regalado algunas escenas decisivas: el nacimiento de Tita entre un torrente de lágrimas porque su madre estaba cortando cebolla, esas bodas marcadas por la melancolía y la felicidad, una colcha tejida incansablemente contra un frío imposible de combatir…
La cocina es vida. Por eso Tita se mantiene a flote a pesar de estar condenada por una tradición tan absurda como imposible de continuar.

Laura Esquivel
Como agua para chocolate
Barcelona, Círculo de lectores, 1993



2 de marzo de 2015

Cajas chinas

"Fíjate que nunca he podido acabar una novela rusa. Son tan trabajosas… Aparecen millares de tipos y al final resulta que no son más que cuatro o cinco. Pero claro, cuando te empiezas a orientar con un señor que se llama Alexandre, luego resulta que se llama Sacha y luego Sachka y luego Sachenka, y de pronto algo grandioso como Alexandre Alexandrovitch Bunine y más tarde es simplemente Alexandre Alexandrovitch. Apenas te has orientado, ya te despistan nuevamente. Es cosa de no acabar: cada personaje parece una familia. No me vas a decir que no es agotador".

Ernesto Sábato
El túnel
1948


El túnel de Ernesto Sábato y el lector masoquista



"Novelas en esta época.
Que las escriban, vaya y pase…,
¡pero que las lean!”

Sábato se permite el lujo de vendernos su novela como la mera confesión de un asesino. Nos dispara el crimen a bocajarro en la primera línea y se toma la licencia de ponerse a filosofar varios párrafos. Nos desafía avisándonos claramente de que no nos va a proporcionar explicaciones. Censura nuestra curiosidad morbosa. Nos insulta, a nosotros, “los lectores de estas páginas en particular”.
¿Por qué no abandonamos? ¿Por qué no nos marchamos ofendidos y nos vengamos cerrando el libro?
Porque de pronto nos da una poderosa razón para seguir leyendo: “Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté”.

Perdonaremos a Sábato porque nos regala otra cosa más. Esa imagen poderosa de la soledad que es el túnel.
A veces ventanita engañosa en un cuadro o en un calabozo, a veces puente-trampa*, en todo caso “un solo túnel, oscuro y solitario”, del que deriva una razón para matar, obvia y absurda: “Tengo que matarte, María. Me has dejado solo”.

En algún punto ese túnel se vuelve espejo. ¿Por qué si no nos aferramos a una historia tan llena de silencios, tan incompleta? Sábato no nos deja confiar en el narrador y su relato obsesivo y sesgado; tampoco nos deja apoyarnos en el personaje que hace girar la trama, María, porque nunca llegamos a conocerla ni escucharla; nos inquieta y nos distrae con conversaciones frívolas, secundarios ligeros, un ciego que no quiere ver o que ve más de lo que parece…

Ventana, puente, espejo, laberinto, TÚNEL, “y entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado”.

-
* “por un instante su mirada se ablandó y pareció ofrecerme un puente; pero sentí que era un puente transitorio y frágil colgado sobre un abismo”. 



El túnel de Ernesto Sábato




En general la novela resultó un tanto “cargante”, por lo repetitivo que resultaban las reflexiones del protagonista. Monótonas e inquisitivas cuestiones acerca de la coprotagonista, de sus relaciones con el resto de los personajes y de sus reacciones respecto a Castel,  sin respuesta objetiva y que solo incrementan el misterio sobre María, sin que este llegue a resolverse. Este suspense dará pie a que el lector demande una continuación o, al menos, aclarar la realidad de María.
Aunque algunos de nosotros ya la habíamos leído, ahora con el paso del tiempo, con el cambio de mentalidad experimentado por nuestra sociedad respecto a las relaciones entre hombres y mujeres en cuanto a cuestiones de pareja, percibimos otra premisa que antes apenas parecía latente y que ahora la vemos tan claramente que incluso sobresale por encima del tema principal pretendido por el autor. (Permitiéndome un inciso diré que esto me lleva a pensar que la literatura es algo vivo, que nace, crece…, se transforma con los años, con los lectores, con las circunstancias sociales…).  Si en un principio juzgamos la novela como una manifestación existencialista, ahora vemos más. Las actitudes, los pensamientos, las frases de Castel están impregnadas de un machismo ancestral, acompañado de su enorme egocentrismo, que lo llevan a ejercer un maltrato psicológico e incluso en ocasiones físico sobre María.
El principio es el final del relato, presenta en ello cierto anacronismo. Personalmente pienso que el motivo principal de Castel al relatar su crimen es hacer una introspección, tal vez para conseguir averiguar algo más sobre María; tal vez para objetivar ante los demás su acción, aunque manifiestamente se siente superior, soberbio, altivo, y despreciativo o,  tal vez por eso, para jactarse; tal vez para hallar su ventanita, su esperanza para huir de su esquizofrenia.
Un ser solitario por decisión propia, dominado por una obsesión, por los celos hacia una mujer, misteriosa en los comienzos y que así permanece, incluso después del final. ¿Como la vida? Tal vez en esto se vea el existencialismo. El conflicto del ser. ¿Es María el reflejo de la vida? ¿Acaso el pintor quiere dibujar a la vida del mismo modo que trata a la mujer? Como enfermedad y, al mismo tiempo, como salvación que no logra orientar.

En cualquier caso, la estructura de la novela se nos presenta como un túnel, pero con una salida, ventana, abrupta, brutal, reflejo de la búsqueda paulatina y constante que nos acerca al final. Bien podría haberla titulado La Ventana, aunque parecen contraponerse ambos títulos, según el sentido espiral que le imprime, girando sobre sí misma, una y otra vez, como el pensamiento del protagonista.

El relato de una paranoia narrado obsesivamente.

Ernesto Sábato
El túnel
Madrid, Cátedra, 2005