No podrás morir.
Debajo de la
tierra,
No podrás morir.
Jaime Sabines
La amortajada se fundamenta en tres
premisas principales: la observación, la
evocación y la reflexión. Ana María (ya amortajada) relata, según van pasando
ante su lecho de muerte, la historia que la unió a cada uno de sus allegados, es decir, ellos son el desencadenante de sus
recuerdos, y de su posterior reflexión; una vez que mira a estos personajes se
produce la asociación mental que facilita su memoria de lo ocurrido y su
análisis, lo cual la ayudará, después de muerta, a reconciliarse con
situaciones que la perturbaron.
Desde el
inicio se manifiesta la intención de la protagonista de contemplar con
detenimiento lo que ocurre a su alrededor:
“Y luego que
hubo anochecido, se le entreabrieron los ojos… era como si quisiera mirar…”.
Su
observación anunciada por esos ojos entreabiertos que desean mirar, es
restringida en el tiempo, solamente abarca unas cuantas horas, que van de la
noche del velatorio a la mañana de su entierro, donde también se da la
reflexión (una vez que vuelve de la evocación). El ámbito de ésta –de la
evocación- en cambio, no es limitado, se hunde en las profundidades de un
tiempo inabarcable, inmutable, que es su vida pasada, con sus amores,
desamores, insatisfacciones…, por lo tanto su narración adquiere forma
episódica, no lineal, porque es recuerdo, no acontecer.
Así,
contrariamente a lo que pudiera parecer a primera vista, la acción de la obra se concentra en la parte
del relato que lo enmarca (no en la retrospección) o sea, cuando la amortajada
está observando, reflexionando; en este momento hay en ella una percepción
activa del mundo que la rodea, a pesar de la falta de movimiento que implica el
hecho de estar muerta (“se ve inmóvil”, “permanece rígida”), ella presenta un gran dinamismo interno: “la
lluvia la mueve a entregarse a una sensación de bienestar”, “siente vibrar en
su interior una nota sonora”, “ella veía y sentía”; sin embargo en la evocación
no hay actividad, es el ámbito de la inmovilidad, no solamente por lo
que ésta presupone: hechos suspendidos
en el tiempo, sino también por la actitud de los personajes, cuyas experiencias
de vida no han servido para modificar su conducta. Ana María habla con frecuencia de su
pasividad, de su sensación de estar petrificada, lo cual contrastaría con el
hecho de estar viva, por eso se nos plantea la historia como una remembranza,
no hay posibilidad de movimiento, de cambio y es solamente la muerte la que acaba dándole sentido a su vida,
únicamente en ese momento decisivo es capaz de comprender las situaciones que
estando viva, se le escapaban. De esta
manera se desdibujan las fronteras entre muerte-vida; vida-muerte, porque la
muerte es algo indisolublemente ligado a la existencia e igual que se puede
estar muerto en vida, alguna forma de vida puede negar la muerte, la
desaparición total, de ahí la sensación de la protagonista de hundir sus raíces
en la tierra, ésta es su manera de permanecer, de trascender, no desde el punto
de vista del cristianismo, porque, si bien la rodean de todos los símbolos de
esta religión: cirios, crucifijo, sábanas bordadas, velones…, ella en ningún
momento de su reflexión hace referencia a la salvación cristiana, al contrario,
la pone en duda, le “dice” a su hermana Alicia: “Estoy aquí disgregándome bien apegada a la tierra y me pregunto
si algún día veré la cara de tu Dios”. Lo que sí ve y siente es su comunión
profunda con el cosmos.
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