Alabo
de este libro su coherencia y la acertada decisión (que fatalmente se convirtió
en moda) de redescubrir lo literaria que es la gastronomía y lo gastronómica
que se puede volver la literatura.
Entre
los inevitables retazos de realismo mágico y una revolución mexicana que deja
escapar a pocas novelas, la cocina es el centro de la trama y del mundo. Y su
reina, Tita, una “diosa Ceres” con la sagrada misión de alimentar.
La cocina
es comunicación y punto de unión de Tita con la realidad.
La cocina
es su referente y su manera de explicar el mundo. Así, el amor es un buñuelo
que entra en contacto con el aceite hirviendo.
La cocina
es poesía, con versos sonoros y evocadores como “Mole de guajolote con almendra
y ajonjolí” o “Frijoles gordos con chile a la Tezcuana”.
La cocina
es tiempo, ordenando la vida en recetarios.
La cocina
es ciencia ancestral y mágica, que equipara la cocinera a la hechicera, el
fogón al laboratorio. La “teoría de los cerillos” es uno de los pasajes de la
novela que más ha trascendido:
“todos
tenemos en nuestro interior los elementos necesarios para producir fósforo. Es
más (…) si bien todos nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no
los podemos encender solos (…) el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del
aliento de la persona amada; (…) Cada persona tiene que descubrir cuáles son
sus detonadores para poder vivir”.
En
cualquier caso, Tita es mejor cocinera que Laura Esquivel, que se quedó corta
en la cocción de algunos personajes (ese Pedro tan tan crudo, esa Gertrudis que
parece representar la libertad absoluta y que termina casada y vestida…). Todo
lo contrario le pasó con el final de la novela, demasiado tiempo en el horno,
tan cósmico, tan elaborado que es difícilmente digerible.
Sin
embargo, nos ha regalado algunas escenas decisivas: el nacimiento de Tita entre
un torrente de lágrimas porque su madre estaba cortando cebolla, esas bodas
marcadas por la melancolía y la felicidad, una colcha tejida incansablemente
contra un frío imposible de combatir…
La cocina
es vida. Por eso Tita se mantiene a flote a pesar de estar condenada por una
tradición tan absurda como imposible de continuar.Laura Esquivel
Como agua para chocolate
Barcelona, Círculo de lectores, 1993
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