El 25 de agosto de 1987 Héctor Abad Gómez fue tiroteado en
Medellín. Llevaba en el bolsillo un poema de Borges con un primer verso
estremecedor: “Ya somos el olvido que seremos”.
Su hijo Héctor Abad Faciolince siguió el rastro de los
asesinos (y el rastro de ese poema). No se me ocurre un ejercicio más difícil. Sobre
todo cuando el resultado trasciende la denuncia y el amor filial para acercarse
a la literatura.
Para dar ese paso, lo particular se vuelve universal y
detrás del hecho puntual hay una reflexión eterna. Junto al nombre de Borges,
surge la otra clave del libro: Jorge Manrique. Estas nuevas coplas también se
desdoblan: son homenaje, reflexión sobre la propia muerte y recuerdo de nuestro
lugar en el mundo, entre la memoria y el olvido.
Aunque el autor no quería convertirlo en hagiografía,
flaquea un poco en este punto y el protagonista tiene algo de Atticus Finch, de
padre-héroe que todos los hijos desean.
Otras buenas ideas quizás no aparezcan resueltas a la perfección,
pero están ahí. El narrador evoluciona desde un tono infantil y va creciendo
con sus recuerdos. La muerte se congela y solo se nos muestra completa cuando
ha sido contada por cada personaje.
Abad Gómez decía que la violencia es un nuevo tipo de peste,
una epidemia. Él la combatió a su manera, y gracias a su hijo esa lucha será
eterna desde la memoria y la palabra.
El verso de Borges es brutal. Certero. Más que los disparos.
Estuvo desgraciadamente oportuno el argentino prestándoselo al doctor Abad.
*Héctor Abad Faciolince relata en el libro que asistió a las
clases de José de la Colina, maestro del cuento cuyo texto “La culta dama”
preside nuestro blog*
Héctor Abad Faciolince
El olvido que seremos
Barcelona, Seix Barral, 2006
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